09 junio 2005

LA CEREMONIA DE LA CONFUSIÓN MATRIMONIAL

[El autor es Ingeniero Industrial (1977), Doctor en Teología (1982) y sacerdote (1983). Da clases de Teología y Antropología y ha escrito varios libros de gran difusión entre los que destacan: Para ser cristiano (Rialp, Madrid 2002, 8ª ed.), Moral: el arte de vivir (Ed. Palabra, Madrid 2003, 8ª ed.), Antropología. Del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II (Ed. Palabra, Madrid 1996, 2ª ed.), La señal del cristiano (Rialp, Madrid 1998), Para una idea cristiana del hombre (Rialp, Madrid 2001, 2ª ed.), Avanzar en teología (Palabra, Madrid 1999), El fermento de Cristo. La eficacia del cristianismo (Rialp, Madrid 2003) y La gracia de Dios (Palabra, Madrid, 2005).

En este artículo, publicado en el Diario de Navarra (10-V-2005), comenta el falso argumento utilizado por el gobierno socialista de España para intentar que la unión homosexual sea equiparada al auténtico matrimonio. Y hace ver que el gobierno ha actuado con astucia, pero también "de una manera antidemocrática. Porque va directamente contra el espíritu de la democracia alterar las bases de la sociedad sin una consulta pública. No hay ley más básica ni institución más central de la vida social que el matrimonio. La clase política no tiene mandato ni autoridad para semejante alteración, aunque se lo permitan las leyes." Así concluye este interesante texto, que por su agudeza y fina ironía, podía haber salido de la pluma del gran G.K. Chesterton.]

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por Juan Luis Lorda

Profesor de Teología,
Universidad de Navarra

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Se hacen bromas y se dicen cosas injustas del Presidente de Gobierno. Pero ha planteado la cuestión del matrimonio gay de una manera inteligente y eficaz. Como si se tratara de un deber moral: para resolver una discriminación injusta. De aquí se deduce la urgencia de ponerle remedio. Y también que los que se oponen o nos oponemos, somos unos desaprensivos. Este argumento, suficientemente repetido, ha llegado a la calle, ha convencido y se ha llevado el gato al agua. El único problema es que es falso.

En un sistema democrático, la igualdad de todos los ciudadanos se refiere a los derechos básicos. No se puede tolerar que se insulte a una persona, que se le impida entrar en un espacio público o que se le discrimine a la hora de cubrir un cargo por razón de sexo, de raza o cualquier otra. El Estado -y todos nosotros- tiene que luchar seriamente contra la discriminación. En todos los casos, con la misma firmeza y con un sentido del equilibro. No sea que, por chillar más, algunos acaben siendo más iguales que otros, como en la granja de Orwell.


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